Este año se cumple el 40 aniversario de la constitución de la Asociación de Vecinos El Organillo, de Chamberí. Y es que 1977 fue un año tan intenso como prolífico en la constitución y legalización de entidades sociales, entre ellas las vecinales. El 2 de noviembre de 1977 la Federación Provincial de Asociaciones de Vecinos de Madrid – posteriormente FRAVM- conseguía su legalización, mientras que también son 40 los años de reconocimiento legal que en estos días celebran las Comisiones Obreras.
Desde que en 1964 primero, y en 1965 después, el régimen franquista empezase a regular, que no permitir, lo que durante 25 años había prohibido y perseguido con contundencia, surgieron tímidamente las primeras asociaciones de “cabezas de familia” y de “amas de casa”, aquellas que progresivamente irían transformándose en asociaciones de vecinos. Las primeras hacia 1967, por lo que también en estos meses son varias las que cumplen 50 años de legalización, mediante algún tipo de autorización que el comisario de policía de turno firmaba, con más miedo que vergüenza.
No surgían de la nada, eran la confirmación oficial de un trabajo de reclamación de derechos y servicios elementales, que venía haciéndose de forma clandestina en las barriadas del extrarradio, fundamentalmente. Era en esos suburbios donde se apiñaban cientos, miles de infraviviendas construidas al calor de la proliferación de industrias, en su mayoría muy contaminantes, suministradoras de empleos precarios, peligrosos y mal pagados.
La falta de agua corriente, saneamiento, calzadas y aceras, suministro eléctrico e iluminación o el transporte eran el caballo de batalla de las vecinas y vecinos de los barrios pero, sobre todo, la legalización de sus viviendas. En esa justa reclamación estaban junto a ellas los abogados de barrio, los que serían vilmente acribillados a balazos el 24 de enero de 1977 en la matanza de Atocha, que en interminables reuniones y asambleas asesoraban a las familias sobre cómo pedir autorizaciones, cómo reclamar o defenderse para que no les tirasen la chabola.
Los 60 y 70 fueron muy duros para los barrios y quienes pelearon por sus derechos, pero como a veces ocurre, de la necesidad se hizo virtud y de toda aquella miseria surgió un modelo de organización social que se ha demostrado hasta la fecha de las más eficaces y valiosas para la transformación de la ciudad: las asociaciones vecinales.
Desde entonces hasta hoy día, cientos de asociaciones han ido surgiendo en los barrios de casi todos los municipios, en función de alguna necesidad importante, ya fuera por vivienda o urbanismo, pero también por el resto de necesidades como la educación, sanidad, transporte, medio ambiente, cultura… y una vez creadas y en funcionamiento se han ido ocupando no sólo de lo que las originaba sino también de las otras necesidades, hasta convertirse en algo así como una “navaja suiza” de los barrios. Es a las asociaciones vecinales a las que el vecindario recurre cada vez que detecta un problema, una necesidad e incluso cuando se tiene una iniciativa que se quiere llevar a cabo.
Su carácter colectivo, solidario, asambleario, altruista, estable, activo y participativo, hace de las asociaciones vecinales todo un recurso sin el que los barrios estarían desnudos, sin herramientas ni habilidades para afrontar el día día de lo social. Pero a la vez las asociaciones no somos nada si las personas que viven en los barrios nos ven sólo como eso, como un recurso. La asociación vecinal es el lugar donde comprometerse, donde aportar lo que uno sabe en beneficio del resto del barrio, donde construir en común. Por tanto la asociación es un recurso, sí, pero que construimos entre todas y todos para que todas y todos lo podamos disfrutar y aprovechar. Es una caja, como todo lo común, de la que se puede sacar si todas y todos aportamos.
0 comentarios